“La experiencia nos enseña a no dar por sentado que lo obvio es claramente entendido. Eso también sucede con una verdad evidente que importa mucho demostrarla toda vez que sea necesario: toda práctica educacional implica una postura teórica por parte del educador” (Paulo Freire)
Así nos recuerda Paulo Freire la implicación del sujeto, en este caso de la educación, sobre el desafío presente en la construcción de verdad.
Tradicionalmente la prevención se divide, según un esquema tripartito, en primaria, secundaria y terciaria, relacionado con el paradigma de evolución lineal de la enfermedad, o `historia natural´ propuesta por Leavell y Clark. Este distingue un período pre-patogénico que corresponde a la prevención primaria e implica la promoción de la salud y la protección específica, y un período patogénico dónde se ubican la prevención secundaria y terciaria. Si bien el modelo de Caplan recurre a las nociones de crisis –entendidas como evolutivas o accidentales- y a la resignificación de las categorías freudianas de pérdida – duelo para circunscribir el propósito de `reducir la frecuencia de trastornos mentales en la comunidad´ mantiene esta lógica que en definitiva ha reducido la idea de prevención a lo que sería el nivel primario, y que en términos prácticos se traduce en prevención `primitiva´ parafraseando aquí la advertencia de Mario Testa respecto de la Atención Primaria de la Salud (APS) cuyas dimensiones de estrategia, programa y nivel quedaban subsumidas sólo al nivel de atención. A esa operatoria él la llamaba Atención primitiva.
Otras acepciones de la prevención para problemáticas específicas, establecen distinciones entre lo universal, lo selectivo y lo indicado (Manuel Matellanes y Elena Sastre, 2000) O, de acuerdo al modelo de intervenciones en comunidad se contemplan los pasos o etapas: a) Preliminar, b) Diagnóstico comunitario, c) Intervención, d) Tratamiento, e) Vigilancia, f) Evaluación (Isac Levav, 1993)
Entendemos no obstante que los modelos teóricos, como sus rasgos o límites de implementación y de comprensión, se enmarcan en una época y resultan por ello, analizadores de las condiciones de vida, en su complejidad, historicidad, escenarios, subjetividades, como de las condiciones del conocimiento o `epistemes´.
Martín Baró, desde una posición teológica en la Psicología de la liberación (1998) llamaba la atención sobre lo que consideraba la `esclavitud de la psicología latinoamericana´ que, escondiendo posturas dogmáticas tras falsos dilemas, perdía de vista `la verdad de nuestros pueblos latinoamericanos´ sometidos a un fatalismo existencial. La liberación de los pueblos se constituía así como horizonte respecto del cual decía
“Por supuesto que este horizonte constituye una utopía; pero sólo movida por un ideal así la Psicología social latinoamericana logrará superar su mimetismo teórico y su marginalidad práxica. Porque para que la Psicología pueda contribuir a la liberación de los pueblos latinoamericanos ella misma debe liberarse de su propia dependencia intelectual, así como su sumisión social” (p319)
Orientar hacia y con las mayorías populares la práctica como la ciencia ubicará a este punto de vista en un paradigma construccionista, que dará prioridad a la `potenciación´ en el horizonte de las praxis, y con ello, jerarquía a la problemática del poder.
La Psicología preventiva crítica recupera este aporte desde la mirada social e histórica del proceso de salud-enfermedad-atención de la epidemiología, las dimensiones de lo general, lo particular y lo singular, propuestas por Pedro Castellanos, así como los condicionamientos de clase social, género y ciclo vital, en un abordaje de complejidad teórico-disciplinar crítica del poder moldeador de las `epistemes´.
“Como producto más general de la cultura, `la episteme (concepto acuñado por M. Foucault) define las condiciones de posibilidad de lo que se puede pensar, conocer, y decir en un momento histórico determinado” (Jaime Breilh, 2003:99)
Las epistemes son además inconscientes y se vinculan según Jaime Breilh, a un dominio de hegemonía.
Así, la verdad de la que Primo Levi podía dar testimonio requirió, para ser dicha y oída, de otro tiempo-espacio que el de los `campos´ (Gorgio Agamben, 2000) como de todo Estado de terror, mostrando una vez más el lazo profundo entre violencia, poder y verdad.
Del mismo modo, pero en otros casos se puede observar ese nexo. Señala Irene Intevi, el hecho de que la evidencia clínica de Freud sobre situaciones de abuso sexual en la vida de sus pacientes, o `teoría de la seducción´ fuera rechazada por la comunidad científica de la época. La verdad clínica se contraponía a la razón consensual.
A pesar de ello, prácticas de violencia sexual u otras persisten en el seno de instituciones que tienen como fin, irónicamente, el control, la protección, el cuidado, entonces eclesiastas como Mons Storni, J. Grassi (de la fundación Felices los niños con sobradas pruebas, está ahora en juicio (http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-123136-2009-04-13.html, http://www.clarin.com/diario/2009/04/13/policiales/g-01896670.htm) o J. Corsi, psicólogo (que orientó la especialización en violencia familiar) sin juicio todavía pero con bastante testimonio como se sabe, forman parte de lo execrable, lo abyecto y condenable. Pero es clara también de la necesidad de revisión epistémica, la deconstrucción y reconstrucción de categorías y abordajes que necesariamente han de inscribirse en otros principios éticos.
Conceptualmente es más adecuado hablar de una epidemiología de la violentación, en tanto proceso y como
“acto que se inscribe en el ejercicio del poder desde dimensiones físicas, psíquicas, simbólicas y territoriales sobre sujetos o poblaciones en indefensión o sobre sí mismo, en el inefable ataque al cuerpo que propician algunas dolencias de alta frecuencia actual” (Graciela Zaldúa, 1999:18)
Esta perspectiva epidemiológica incluye dimensiones sociodemográficas, economico-políticas y de producción de subjetividad. Hemos venido trabajando entre otros, con los constructos de `deprivación´, `resiliencia´ y `empoderamiento´, autonomía, a la vez que desde el enfoque de derechos humanos y sanitarios. Por el derecho a decidir, en el campo de la salud sexual y reproductiva, y por la transformación de las condiciones de vida y de trabajo. En este sentido, la prevención comunitaria promueve estrategias participativas, de investigación-acción y evaluación con, y no sobre, la comunidad y sus movimientos sociales.
Agamben, G. (2000): Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III
Baró, A. (1998): Psicología de la liberación.
Breilh, J. (2003): Epidemiología crítica. Ciencia enmancipadora e intrculturalidad.
Intebi, I. (1998): Abuso sexual infantil en las mejores familias. Ed. Granica, Buenos Aires.
Levav, I. (1993): Temas de salud mental en la comunidad.
Matellanes, M; Sastre, E. (2000): El uso de las técnicas psicológicas en la ejecución de los programas de prevención.
Zaldúa, G. (1999): Violencia y psicología
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