Las ciudades y los signos
El hombre camina días entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo se detiene en una cosa, y es cuándo la ha reconocido como el signo de otra: una huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anuncia una veta de agua, la flor del ibisco el fin del invierno. Todo el resto es mudo e intercambiable; árboles y piedras son solamente lo que son.
Finalmente el viaje conduce a la ciudad de Tamara. Uno se adentra en ella por calles llenas de enseñas que sobresalen de las paredes. El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza la verdulería. Estatuas y escudos representan leones delfines torres estrellas: signo de que algo –quien sabe qué- tiene por signo un león o delfín o torre o estrella. Otras señales advierten sobre aquello que en un lugar está prohibido –entrar en el callejón con las carretillas, orinar detrás del quiosco, pescar con caña detrás desde el puente- y lo que es lícito: dar de beber a las cebras, jugar a las bochas, quemar los cadáveres de los padres-. Desde la puerta de los templos se ven las estatuas de los dioses representados cada uno con sus atributos: la cornucopia, la clepsidra, la medusa, por los cuales el fiel puede reconocerlos y dirigirles las plegarias justas. Si un edificio no tiene ninguna enseña o figura, su forma misma y el lugar que ocupa en el orden de la ciudad bastan para indicar su función: el palacio real, la prisión, la casa de la moneda, la escuela pictórica, el burdel. Hasta las mercancías que los comerciantes exhiben en los mostradores valen no por sí mismas sino como signo de otras cosas: la banda bordada para la frente quiere decir elegancia, el palanquín dorado poder, los volúmenes de Averroes sapiencia, la ajorca para el tobillo voluptuosidad. La mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara, no haces sino registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas partes.Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido. Afuera se extiende la tierra vacía hacia el horizonte, se abre el cielo donde corren las nubes. En la forma que el azar y el viento dan a las nubes el hombre ya está entregado a reconocer figuras: un velero, una mano, un elefante...
Finalmente el viaje conduce a la ciudad de Tamara. Uno se adentra en ella por calles llenas de enseñas que sobresalen de las paredes. El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza la verdulería. Estatuas y escudos representan leones delfines torres estrellas: signo de que algo –quien sabe qué- tiene por signo un león o delfín o torre o estrella. Otras señales advierten sobre aquello que en un lugar está prohibido –entrar en el callejón con las carretillas, orinar detrás del quiosco, pescar con caña detrás desde el puente- y lo que es lícito: dar de beber a las cebras, jugar a las bochas, quemar los cadáveres de los padres-. Desde la puerta de los templos se ven las estatuas de los dioses representados cada uno con sus atributos: la cornucopia, la clepsidra, la medusa, por los cuales el fiel puede reconocerlos y dirigirles las plegarias justas. Si un edificio no tiene ninguna enseña o figura, su forma misma y el lugar que ocupa en el orden de la ciudad bastan para indicar su función: el palacio real, la prisión, la casa de la moneda, la escuela pictórica, el burdel. Hasta las mercancías que los comerciantes exhiben en los mostradores valen no por sí mismas sino como signo de otras cosas: la banda bordada para la frente quiere decir elegancia, el palanquín dorado poder, los volúmenes de Averroes sapiencia, la ajorca para el tobillo voluptuosidad. La mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara, no haces sino registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas partes.Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido. Afuera se extiende la tierra vacía hacia el horizonte, se abre el cielo donde corren las nubes. En la forma que el azar y el viento dan a las nubes el hombre ya está entregado a reconocer figuras: un velero, una mano, un elefante...
Italo Calvino "Las ciudades invisibles"
La cursada trabaja contenidos del módulo 3 del programa
El campo de la Salud Mental. Alternativas y sustituciones a la institucionalización y el control social como desafíos de la Salud Colectiva.
Reconstrucción de categorías explicativas y operativas y de escenarios y modelos de la prevención. Análisis crítico de programas y planes. Lógicas que sostienen la planificación y gestión participativa. Componentes de las estrategias de evaluación y monitoreo estratégico. Métodos e indicadores no tradicionales, programación y lugar de los actores sociales. Implicancia y compromiso en la Praxis Social.
Reconstrucción de categorías explicativas y operativas y de escenarios y modelos de la prevención. Análisis crítico de programas y planes. Lógicas que sostienen la planificación y gestión participativa. Componentes de las estrategias de evaluación y monitoreo estratégico. Métodos e indicadores no tradicionales, programación y lugar de los actores sociales. Implicancia y compromiso en la Praxis Social.
La semana que comienza sale momentáneamente del escenario electoral de la ciudad que en estos días ha suspendido los micropadecimientos cotidianos, ha empapelado el régimen de exclusión que sostiene la desigualdad y el encierro, y ha silenciado las formas de desatención de la salud. Se habrá votado, pero quizá aun no se haya elegido... K.P.